La colección de tesoros desechados de Nelson Molina en Nueva York no pasa desapercibida, pero ciertamente no es única. En museos de todo el mundo, lo efímero de la sociedad humana se exalta y se preserva. En una época de cambios rápidos y de la obsolescencia programada que es parte de la cultura del consumo, es interesante hacer una pausa y tomar en cuenta lo que queda al margen, y cómo los objetos ignorados pueden adquirir un significado profundo.
Publicaciones como The Guinness Book of World Records toman nota de las muchas colecciones individuales, grandes y excéntricas que existen en todo el mundo. Por ejemplo, David Adriani, de Italia, ha estado recolectando latas de Coca-Cola desde los 15 años, y ha acumulado 10 588 latas de 87 países de todo el mundo. Becky Martz ha recolectado 21 000 etiquetas de cáscara de banana durante más de 30 años. Una colección que va a divertir a los conductores frustrados de todo el mundo es la de David Morgan, de Inglaterra, que ha juntado más de 500 conos de tráfico diferentes. Niek Vermeulen tiene una colección de más de 6290 bolsas para mareos de más de 1191 aerolíneas de 200 países.
Carteles de “No molestar”, clavos, tarjetas de comodín, teléfonos móviles, sujetadores, juegos de Monopoly, bolas de boliche, patitos de plástico y más… en algún lugar, alguien ha considerado que todo esto es digno de ser coleccionado.
Los museos, sin embargo, llevan este enaltecimiento de las pequeñeces y los desechos a otro nivel, y hay muchos de ellos.
Pensemos en el Museo Internacional de Inodoros Sulab en Nueva Delhi, con exhibiciones históricas sobre la evolución de los inodoros y de cómo varían en todo el mundo. O el Museo de las Relaciones Rotas en Zagreb, con reliquias que cuentan la historia de amores que salieron mal. ¿Qué tal el Museo Falológico de Islandia, dedicado al órgano sexual masculino, con una colección de 276 penes de varias especies y de varios tamaños? ¿O, relacionado con esto último, el Museo del Condón en Tailandia?
Uno no tiene que mirar muy lejos para ver un abrazo generoso de la belleza y el encanto de los rastros más comunes y corrientes de la existencia humana. En este mundo, que incluye el Museo de la Belleza Perdurable en Malasia, el Museo del Mal Arte en Somerville y el Museo de Recuerdos de Pez en San Francisco. Todo vale la pena y todo es bueno.